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von info am 07.11.2024 - 18:01 Uhr | melden
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Recordemos estas palabras, demos un salto en el tiempo y volvamos a nuestra época.
Hay casos que bien tomados pueden servir para retratar a una sociedad de cuerpo entero. El siguiente caso, uno así, me ha robado parcialmente el sueño durante varias noches.
No el caso en sí, o, mejor dicho, no solo el caso en sí, sino sus componentes sociales. Y también por lo terrible, lo absurdo, lo cruel y lo de incomprensible que tiene.
Como en el caso del terrible pasado alemán, se suele echar toda la culpa a los nazis, pero ellos no pueden haberlo hecho todo solos.
Ahora demos un pequeño salto en el tiempo hacia atrás.
Es el primer día de diciembre del año 2002. Es invierno. Son las 05:30 de la mañana y, como es usual en esta época del año, totalmente oscuro.
Estamos en el norte de Alemania, en una zona rural cerca de Lübeck. Robert Syrokowski está sentado sobre el asfalto de una desolada y perdida carretera interurbana. Está completamente agotado.
Lleva encima un pantalón, una camiseta y una chompa o pulóver de algodón. A pesar del frío reinante, 4°C, no lleva calcetines ni zapatos, está descalzo.
Se trata de un muchacho de apenas 18 años que va al Gymnasium (centro de educación secundaria, en el escalón más alto de las modalidades posibles del sistema educativo alemán) de una localidad vecina. Un jovencito de lo que se suele llamar buena familia. No es ningún vagabundo. Es deportista y músico, además.
Ha recorrido a pie dos kilómetros en la dirección equivocada antes de llegar al lugar donde se debe haber sentado por agotamiento y desesperación.
Se supone que esto último lo hace para poder llamar la atención de algún conductor que lo pueda salvar del frío.
Ahora se acerca un Golf.
Dentro viaja una joven, Johanna, que va a 90 kilómetros por hora.
La velocidad a la que va y la oscuridad reinante no le van a permitir a la conductora frenar a tiempo.
No se trata de una película de terror. Es un caso real.
(Como la vida tiene sus cosas y, al parecer, sus arreglos con la muerte, Johanna, una muchacha de 22 años, va a morir también después, pero bajo otras circunstancias.)
Al día siguiente, la policía informa a los padres que su hijo ha muerto en un accidente automovilístico, después de haber visitado la discoteca vecina en donde ha bebido hasta embriagarse completamente.
Se les informa que se ha comprobado que al morir presentaba una tasa de alcoholemia de casi 2,0, 2 gramos de alcohol por litro de sangre.
(En Alemania, el conductor que se ve envuelto en un accidente o realiza una maniobra peligrosa, y en el control de alcoholemia presenta una tasa igual o mayor a los 0,3g/L, se le retira el permiso de conducir temporalmente. Para dar una idea de las magnitudes.)
Los padres entierran a su hijo con cierta vergüenza. Ha sido víctima de un accidente y del excesivo consumo de una droga legal. Un joven borracho que ha provocado su propio fin.
La promesa de la oferta de moda en las discotecas, chupar hasta morir, pagando un precio único, no ha sido una simple metáfora esta vez. Una forma, por lo demás, no inusual de los jóvenes de puebluchos apartados como el suyo de enfrentar al aburrimiento.
Todo habría quedado en eso para los Syrokowski, en un trágico accidente provocado por el irresponsable consumo de alcohol y la mala suerte, de no haber sido porque el matrimonio B. del pueblo vecino de Groß Weeden, les toca poco después la puerta.
Los B. han escuchado del accidente en la radio. Cuentan que Robert, totalmente embriagado, intentó la madrugada de su muerte entrar a su casa, convencido de ser la suya.
¿Convencido de ser la suya?, se preguntan los padres del joven muerto y se deben haber golpeado la cabeza. ¡Justo el día anterior -sábado- acaban de mudarse a su nueva casa!
Su hijo, en su borrachera, el frío y el cansancio por haber ayudado todo el día en la mudanza, debe haber confundido el hogar de los B. con el nuevo propio.
Pero a esa pregunta le siguen otras más.
Los Syrokowski empiezan a hacer sus averiguaciones y contratan a un abogado. Cuatro años y medio después, el 31 de mayo del 2007, dos policías son condenados finalmente por homicidio negligente a nueve meses de prisión condicional cada uno y al pago de una multa.
¿Qué sucedió realmente esa noche?
¿Cómo fue el camino de los Syrokowski hasta esa condena?
Aunque el caso sigue pendiente, pues ha sido elevado a una instancia superior por lo ridículo de las penas impuestas, de algo se está seguro: Robert seguramente seguiría vivo si no hubiera caído en las manos de esos dos policías.
El relato de los B. es más o menos el siguiente.
Poco después de las 03:45 de la madrugada de ese fatídico domingo, alguien hace sonar frenéticamente el timbre de su casa. En la puerta se encuentran con un joven que se tambalea, apenas puede mantener los ojos abiertos y, balbuceando, afirma vivir allí.
-Mis padres han comprado esta casa –les dice.
Los B. tratan de convencer al muchacho de que se trata de un error. Erróneamente, sospechan que está drogado.
Aunque le cierran la puerta, Robert no se rinde tan fácilmente e intenta entrar por el jardín.
Al ser descubierto por los B., Robert les dice que se ha olvidado de la llave, pero que sabe cómo entrar, que no se preocupen. Solo tiene frío y quiere llegar a su cama. El muchacho presenta un aspecto tan deplorable, que los B., padres de cinco niños, en vez de irritarse se compadecen de él.
-Tenía el aspecto de un niñito desamparado –refieren a los padres del joven muerto.
Sin saber qué hacer y sin poder convencerlo de su error, marcan el número que corresponde en esos casos -el 110 para emergencias- y explican su caso.
Poco después se presentan dos policías con experiencia, Hans Joachim G. y Alexander M.
Tal vez todo habría quedado allí si Alexander M. se hubiera presentado de otra manera. Probablemente, es esta presentación la que decide sobre su futuro y sobre la muerte de Robert Syrokowski.
-Yo soy el presidente de EEUU –le dice al joven-. Y éste es Mickey Mouse –agrega, señalando a su colega.
A los B. se les queda grabada la escena. ¿Por qué la mofa, si se ve claramente que el joven está desorientado y apenas se puede mantener en pie?
Los policías consiguen sin mucho esfuerzo que abandone el lugar y se retiran después de comprobarlo.
¿A qué se debió esa forma de presentarse?
Antes de responder a esta pregunta, terminemos el desarrollo de los hechos. Luego veamos qué sucedió en el lapso transcurrido desde el momento en que Robert salió de la discoteca hasta que llegó a la casa de los B.
Poco después de partir, el patrullero con los dos policías vuelve al lugar. Los funcionarios desean saber si el joven se ha vuelto a aparecer. La respuesta es positiva: acaba de intentar entrar otra vez por el jardín. Al verlos, Robert corre intentando huir y se lastima feamente en su corto camino al tropezar con una cadena, pero sin detenerse a comprobar la gravedad de sus heridas.
Alexander M. le da pronto alcance. Lo obligan a subir al patrullero, cierran las puertas y parten con él. Son las 04:15 de la mañana.
Cuarenta y cinco minutos después y a diez kilómetros de distancia de allí, Robert Syrokowski muere casi instantáneamente al ser atropellado sentado, probablemente, en posición de flor de loto.
Lo que sucedió exactamente entre las 04:15 y las 05:30 no es posible de ser reconstruido.
Lo que se sabe es lo siguiente.
1. Esa misma madrugada, en su puesto policial, los dos funcionarios ocultan a sus superiores que han tenido al muchacho en el patrullero.
2. Por medio de los registros telefónicos de su servidor, se sabe Robert intentó hacer varias llamadas, sin llegar a lograrlo. Intentó llamar dos veces a sus padres, pero se equivocó las dos veces de número. (Seguramente por tratarse de uno nuevo, recordemos que se acababan de mudar de domicilio.)
Asimismo trató varias veces de llamar al celular desconectado de su novia.
3. Lo más raro y macabramente interesante es lo siguiente: desde el patrullero intentó llamar cuatro veces al 110, el número de emergencias.
¿Por qué?
¿Qué sentido tenía llamar al número que había llevado a los dos policías a detenerlo? La fuente que he consultado, un artículo de Die Zeit, cuyo contenido recreo aquí, pregunta acertadamente: